En la rumiación, los pensamientos suelen basarse en actuaciones pasadas de la propia persona mientras que en la preocupación tienden a enfocarse en un futuro incierto
En nuestro día a día, podemos tener múltiples pensamientos acerca de las dificultades o problemas que tenemos o podríamos llegar a tener. De ellos, aflora la preocupación que haría, por tanto, referencia a una serie de pensamientos negativos e intrusivos, orientados principalmente hacia un futuro desconocido, y enfocados en la búsqueda de una solución o, bien, utilizados a modo de afrontamiento desadaptativo. Por ejemplo: “Quedan pocos días para el examen y no me sé aún todo el temario”.
Por su parte, la rumiación, a pesar de contar también con pensamientos negativos y automáticos y mantener el malestar psicológico (McLaughlin et al., 2007), tiende a centrarse en la propia persona y asociarse a situaciones o percepciones de pérdida o fracaso ya ocurridas. Un ejemplo podría ser: “Seguro que suspenderé el examen porque no me sabía la última pregunta”.
Ahora que sabemos la diferencia entre preocupación y rumiación, haríamos una distinción entre sus repercusiones. En el caso de las preocupaciones, podrían generarnos tensión muscular, cansancio crónico y, en consecuencia, debilitar nuestro sistema inmunitario al consumir toda nuestra energía. En el caso de las rumiaciones, hay que indicar que irían más allá: